Porque sí y ahora defender el Municipio Autónomo de San Juan Copala
Marcela Romero Juárez y Guadalupe Jiménez López
1. Una autonomía que resiste para todos
El Municipio Autónomo de San Juan Copala, ubicado en el estado de Oaxaca e integrado por comunidades indígenas triqui, representa una de las muchas y diversas formas en que los pueblos indígenas de México están construyendo su derecho colectivo a la autonomía.
Por los trágicos acontecimientos que lo vio protagonista en los últimos meses –las repetidas agresiones de grupos paramilitares contra iniciativas masivas que se solidarizaron con este proceso de autodeterminación indígena- el Municipio Autónomo “rompió el silencio” y su nombre sonó por algunos días en los medios masivos de comunicación.
En este texto, queremos ir más allá de la contingencia que apremia a la población de San Juan Copala –asediada por grupos paramilitares- y de las apariencias, que pintan como estructural e irremediable el conflicto que padece el pueblo triqui.
Nuestra reflexión parte del entendimiento que el proceso de organización y resistencia que ha llevado al pueblo triqui a declararse autónomo es parte de una lucha más amplia; y que las aportaciones de otras experiencias autonómicas han sido fundamentales en la elaboración del proyecto de Copala. Por lo tanto, defender la autonomía en San Juan Copala significa también defender el sistema de seguridad y justicia de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria de la Costa Chica y Montaña de Guerrero, la lucha para la reapropiación de la tierra de los pueblos nahuas de Ostula, Coire y Pómaro de Michoacán, el derecho a la palabra que practica Radio Ñomndaa-La Palabra del Agua en la región amuzga de Guerrero, los Municipios Autónomos zapatistas de Chiapas…
En distintas partes del país donde se ejerce la resistencia, y en particular en estos lugares donde la autonomía crece, el gobierno emprende todo tipo de estrategias para desgastar e impedir que estos referentes sigan expandiéndose, como la creación de grupos paramilitares y la cooptación de líderes y organizaciones de izquierda.
2. Telón de fondo: conflicto y violencia
El color dominante en las calles de San Juan Copala es el rojo, rojo vivo, el de los huipiles que las mujeres triquis tejen para ellas. “Es por la migración, pero sobre todo porque a los hombres, a los jovencitos y hasta los niños los mataron. Somos puras viudas y huérfanas”. Así explicaron algunas mujeres su presencia mayoritaria en el pueblo, durante el primer aniversario del Municipio Autónomo, el 20 de enero de 2008. En ese entonces, el logro más importante de la organización autónoma era que, desde su institución, ya no se habían registrado asesinatos en las 17 comunidades que lo integraban; y el hecho, tratándose de la región triqui, era sin duda contundente. Lamentablemente, esta situación de “paz”-principal objetivo del Municipio Autónomo- no se pudo mantener, y en 2009 la violencia recrudeció hasta llegar, en estos días pre-electorales, a niveles insostenibles.
La situación de violencia que padece el pueblo triqui es un hecho innegable, pero se ha también transformado en un estigma (al igual que el “Guerrero bronco”) y en una justificación apriorística de la realidad, utilizada con gusto por las autoridades estatales como pretexto para desentenderse de sus responsabilidades en la región[1]. Sin embrago, es necesario tratar de entender –aunque someramente- las raíces y los impactos de la situación de violencia generalizada que desde hace décadas se vive en la entidad, ya que no podemos entender la insurgencia social sin insertarla en tal contexto arraigado de represión, impunidad, relaciones clientelares y discriminación étnica. El racismo es el elemento fundador del mito del triqui violento, y la dominación lo que ha llevado a la descomposición las relaciones sociales internas a este pueblo indígena.
El territorio triqui es enclavado en la más amplia región mixteca, que lo rodea por completo. Pero sobre todo, es sometido política y económicamente a tres ciudades mestizas, históricamente sedes del poder caciquil: Constancia del Rosario, Juxtlahuaca y Putla de Guerrero. Anteriormente, San Juan Copala mantenía por lo menos la independencia administrativa, que perdió en 1948, cuando le fue quitada la categoría de municipio y su territorio repartido entre las tres cabeceras mestizas.
Los grupos de poder regionales acompañaron el desprecio hacia la población indígena con un gran interés hacia sus recursos: las fértiles tierras y el potencial de una fuerza de trabajo muy barata. Así, los conflictos agrarios iniciaron cuando las élites de las ciudades mestizas usurparon tierras comunales triquis; para quebrar la resistencia indígena usaron por un lado el terror y el exterminio de los líderes naturales, y por otro la cooptación de otros líderes más accesibles, fomentando el surgimiento de facciones opuestas para su estrategia de dominación. En el mismo engranaje está la implantación de los cultivos de café y plátano, que rompieron con el autoconsumo introduciendo la acumulación y la diferenciación económica en la región. Este proceso, que se vivió en todas las regiones rurales del México posrevolucionario, en la región triqui se pervirtió: con frecuencia las cosechas no eran pagadas en dinero sino con alcohol, armas y municiones, facilitando que la envidia entre vecinos se resolviera, cuando posible, con el asesinato. Asimismo, se formaron bandas de pistoleros y se fomentó el cacicazgo interno al pueblo triqui.
Esta situación de “violencia”, antes como ahora, es particularmente funcional a los poderes económicos y políticos: sustentándose en ella en los años ‘40 se desmantelaron los dos municipios triquis[2] y en los ‘50 se impuso la militarización del territorio indígena, que fue bombardeado en el ‘56. Al mismo tiempo, el PRI se instalaba con fuerza en la región, imponiendo su autoridad sobre el sistema tradicional de gobierno indígena e impulsando en la región proyectos de “desarrollo”.[3]
En contra de las múltiples vertientes de la dominación, el pueblo triqui inició a organizarse de forma independiente: primeros fueron algunos maestros, luego El Club, que luchaba para el control de los recursos y de la producción, y la defensa de las tradiciones. Violentamente reprimidas, estas organizaciones heredaron sus ideales y proyectos al Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), formado en 1981, organización que con valor por una década luchó contra la dominación y resistió a la violenta represión del estado y de los grupos de poder locales. El MULT logró imponerse políticamente en la región, por lo que en 1994 el PRI impulsó la formación de la Unión de Bienestar Social Triqui (UBISORT), organización que entró inmediatamente en conflicto con la otra. Los choques violentos marcaron la historia de las dos organizaciones, en particular la del MULT que reclama centenares de muertos. Cuando los líderes del MULT iniciaron a corromperse y su lucha se limitó a la gestión de recursos, en un rápido acercamiento a la estructura priista que siempre mantuvo el poder en el estado, un grupo de inconformes creó el MULT-Independiente, que se forjó durante las movilizaciones magisteriales de 2006 y participó en la creación de la Asamblea de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Apenas dos meses después de la violenta represión que cimbró esta experiencia organizativa estatal, en San Juan Copala se anunciaba la institución de un Municipio Autónomo, “integrado por todas las comunidades y barrios que han roto o en el futuro rompan la subordinación a las organizaciones del gobierno o ligadas a él”.[4]
Cabe señalar que, mientras una parte del pueblo triqui inició a construir espacios de autodeterminación y de dialogo, otra parte, ligada a las dos organizaciones mencionadas, recrudeció el uso de la violencia como arma política, fortaleciendo grupos paramilitares que actualmente mantienen con las armas el control en la región.
3. Raíces y matices de la autonomía para los triquis de Copala
Este brevísimo recuento de la historia reciente de la región triqui baja[5] nos ayuda a entender el significado y la forma particulares que adquieren la reivindicación y la práctica de la autonomía en este contexto, ya que no se pueden abstraer los procesos autonómicos de las situaciones históricas, políticas, económicas y sociales en que se desarrollan, así como de las necesidades que los determinan.
Asimismo, la reflexión sobre otras experiencias autonómicas ilustra trayectorias similares, como el hecho de que la declaración de la autonomía representa una respuesta desde abajo a las diferentes situaciones de violencia que llegan a ser insostenibles para los pueblos.
Territorio e identidad
La primera vertiente de la violencia, como mencioné arriba, es representada por la discriminación y el desprecio. Así, las autonomías son también, y sobre todo, una necesidad para la defensa de la identidad de los indígenas. Repropiándose del poder que tienen, como colectividad, de decidir y construir su futuro, los pueblos afirman su derecho de ser, de existir en tanto pueblo. En este sentido, la lucha por la autonomía es una lucha para la sobrevivencia de la colectividad. Atrapados en una disputa sin límites de violencia entre las organizaciones políticas de la región, los triquis se veían en la perspectiva de perder sus propias formas de gobernarse, crear acuerdos, resolver los conflictos, y dejarse arrastrar en una guerra intestina que terminaría de quebrar el ya fragmentado tejido social.
Elemento fundamental para la reproducción de la cultura y de la identidad, así como para el sustento material, es el territorio. Suelo para la siembra, pacha mama que alimenta, la tierra, definida simbólicamente y culturalmente, se vuelve territorio, cuyo sentido es inextricable de la identidad del pueblo que allí tiene sus raíces, sus mitos, sus fiestas y su alimento. A través de la dominación colonial y de la ocupación de tierras por las élites mestizas, lentamente la tierra ha sido arrebatada al pueblo triqui. La imposición de cultivos comerciales impuso el control ajeno sobre sus recursos. Asignando a tres distintos municipios mestizos la autoridad administrativa sobre el espacio que, politica y culturalmente, para los triquis es de competencia del Chuman’a[6] de San Juan Copala, el estado trató de arrebatar al pueblo el control político sobre su territorio.
Si el territorio es la raíz de la identidad, su defensa implica la autonomía. Recuperar la unidad territorial apuntaba entonces a la reconstrucción integral del pueblo, para sacudirse de la secular opresión de las élites mestizas y de la corrupta clase política estatal.
Organización política vs. Asambleas comunitarias
Sin embargo, las divisiones políticas y partidistas han dividido y enfrentado radicalmente al pueblo triqui, lo que representa la otra vertiente de la violencia, la más desgarradora.
“Antes de formar el Municipio Autónomo, se convocaron a las comunidades triquis de varias organizaciones. El tema de las pláticas era cómo evitar el baño de sangre en la región y avanzar por el bien de la comunidad. En una asamblea muy amplia, en la que participaron concejales de la APPO y lideres naturales de las comunidades, discutimos cómo constituir una nueva organización, éramos puros triquis. Ya en la plática, varios ancianos que participaban dijeron que formar otra organización era seguir dividiéndonos; en un corto tiempo habría que comprometerse con un partido político. Al final de varias discusiones, decidimos no crear ninguna organización, sino mejor rescatar la cultura, los usos y costumbres de la región para construir nuestra propia autoridad, nombrar nuestro presidente. En ese momento no se mencionó la autonomía, solo se decidió trabajar a nuestro modo, e incluir a todas las organizaciones que están en San Juan Copala”, comentó en una entrevista Jorge Albino, vocero del Municipio Autónomo[7].
La autonomía en contextos de violencia implica la construcción de nuevas formas de poder, más horizontal y plural. En un contexto polarizado, en que las relaciones entre las personas se estaban corrompiendo, donde el miedo empezaba a dominar la vida cotidiana, una parte del pueblo triqui decidió romper con la dinámica de las organizaciones políticas, que al reproducirse cada vez generaban más divisiones y conflictos. Entendieron que debían crear una institución más poderosa que las distintas organizaciones existentes.
Para detener la violencia construyeron un nuevo poder, que se impusiera política y simbólicamente como una referencia para el territorio al ser construido sobre el consenso y no sobre la exclusión. El Municipio Autónomo representa una institución que, al menos en sus intenciones, gobierna para todos los que están en el territorio, sin importar su militancia política (en un principio, integraban el Municipio comunidades del MULT-I y algunas inconformes de UBISORT, y había un proceso de dialogo con las bases del MULT). Este poder “alternativo” que construyen las autonomías se basa en el consenso, porque quien lo ejerce son las asambleas –comunitarias o municipales -: espacios colectivos de discusión y tomas de decisiones, donde las diferencias son respetadas en los acuerdos que de ellas emergen.
Como comenta Jorge Albino, esta nueva forma organizativa se pensó en oposición a la que prevalece en la región: organizaciones políticas que, de una u otra forma, dependen de los partidos[8]. UBISORT es una organización de directa filiación priista; por su lado, después de una larga temporada de lucha social, también el MULT optó por la lógica partidista. Este punto merece un esclarecimiento, ya que es fundamental para posicionar el planteamiento autonómico triqui al interno del movimiento indígena mexicano. El debate sobre las formas que debería tener el estatuto de autonomía de los pueblos indígenas tiene ya varías décadas; en México, alcanzó su culmine durante los Diálogos de San Andrés. En ese espacio, se manifestaron dos posiciones: por un lado, los que entendían la autonomía como un cuarto piso de gobierno que había que establecerse al interno de la estructura administrativa del Estado, lo que implicaba la lucha por conseguir espacios de representación indígena en las instituciones políticas, legislativas y de gobierno. Por otro lado, los que concebían la autonomía como una práctica cotidiana, que tiene sus raíces en las comunidades, y afirmaban la imposibilidad de establecer un modelo único para su implementación. El EZLN, junto con varias representaciones indígenas (muchas de ellas oaxaqueñas), sostuvieron esta segunda posición, que a la postre resultó en la práctica de la “autonomía sin pedir permiso”, respuesta obligada a la ceguera del Estado mexicano frente a la demanda de reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos.
Por su parte, otras organizaciones optaron por la vía institucional hacia la autonomía, logrando por ejemplo diputaciones indígenas a nivel estatal y federal. En esta coyuntura podemos insertar la decisión de los dirigentes del MULT -ya entrados en confianza con el gobierno priista del estado de Oaxaca que los apoyaba generosamente con “proyectos”- de “dar la lucha desde arriba”, y fundar el Partido de Unidad Popular (según ellos, “el primer partido indígena” del país). Instituido en 2003, apenas a tiempo para poder participar a las elecciones en 2004, el PUP tuvo como resultado más evidente la victoria de Ulises Ruiz para el gobierno del estado, restándole un pequeño pero significativo porcentaje de votos al candidato de la izquierda, según sostiene París Pombo.[9]
Autonomía y recursos
No obstante reivindique una autonomía que se inspira en las Juntas de Buen Gobierno zapatistas[10], el Municipio Autónomo de San Juan Copala no plantea, como aquellas, una ruptura completa con las instituciones del Estado.
Afirmó el primer presidente municipal autónomo, José Ramírez: “acordamos en una asamblea que no es necesario reconocer legalmente el municipio, es nuestro municipio, nuestra autoridad, y basta con que nosotros lo reconozcamos, no el gobierno del estado. Pero también dice el Consejo que tenemos que exigir los recursos del estado para las comunidades porque son nuestros”.[11] Una de las demandas principales del Municipio Autónomo es poder obtener los recursos públicos destinados a las comunidades (Ramo 28 y 33); denuncian que dichos recursos, que las cabeceras municipales deberían canalizar hacia las comunidades, nunca les han llegado. Así, reivindican la gestión de estos apoyos y la posibilidad de usarlos para desarrollar proyectos de corte autonómico: “anteriormente el gobierno es el que decide que va a hacer en cada comunidad. Ahora creemos que se deben hacer consultas en las comunidades y así decidir los proyectos que se realicen, según la iniciativa de la gente; la tarea de las autoridades es hacer cumplir estas decisiones”[12].
4. Logros y avances del Municipio Autónomo de Copala
Sin embrago, los logros más importantes que ha tenido el Municipio Autónomo en los primeros dos años de existencia, no se han realizado con los recursos públicos. [13]
Entre los elementos que concretamente representan la autonomía para Copala está la constitución de la policía comunitaria, inspirada en la conocida experiencia guerrerense. Para Copala, instaurar una forma de seguridad propia, controlada por la autoridad autónoma y la asamblea, representaba una necesaria respuesta a la situación de violencia provocada por las varias facciones armadas. La seguridad y la resolución de conflictos son la base de cualquier intento de organización autónoma. Garantizar la seguridad de los propios pueblos, marcar un alto a la violencia, significa restituir la libertad a los individuos y a la colectividad. Una vez que hayan reconstituido las relaciones de convivencia y la confianza, los pueblos pueden edificar su futuro. Pero todo esto no es posible mientras los pueblos estén amenazados en su cotidianidad por la violencia y el miedo que los inmovilizan.
Otro elemento clave de la autonomía triqui es el proceso de rescate de las formas indígenas de organización y gobierno. El presidente y su cabildo (suplente, secretario y alcalde) son nombrados por una asamblea general de todas las comunidades que participan en el proyecto, en la que participan figuras importantes de la estructura social triqui: los líderes naturales o principales, los mayordomos y los ancianos. Lo que destaca de esta tradición organizativa que se está recuperando es el carácter colectivo de la autoridad (Consejo), y la colegialidad en la toma de decisiones (asambleas). En los tres años de gobierno, el primer cabildo no ha gobernado solo: el Consejo de ancianos –dos por cada comunidad- lo acompañó diariamente en su trabajo, lo que confirió gran legitimidad y prestigio entre la población. En los primeros meses del 2010, otra asamblea general eligió el nuevo presidente, que hasta la fecha no ha podido desempeñar a cabalidad sus funciones por la situación de asedio en que vive actualmente el pueblo de Copala.
El tercer fundamental logro de la autonomía triqui ha sido recuperar la palabra y el derecho a la comunicación, instalando la Radio Comunitaria “La Voz que Rompe el Silencio”, en la que se involucraron los jóvenes de las comunidades con el objetivo de dar a conocer los derechos indígenas y fortalecer una cultura de paz y dialogo. Lamentablemente, quienes no aceptan la idea de la pacificación de la región no dudaron en usar, una vez más, la violencia para callar La Voz: a los pocos meses de su instalación (7 de abril de 2008) dos jóvenes locutoras –Teresa y Felicitas- fueron asesinadas en una carretera de la región.
5. Resistir
Las autonomías son una práctica de resistencia, pero esto no ha significado para los pueblos estar inmóviles parando los golpes del sistema, sino un lento caminar hacia un destino propio: preservar, reconstituir y crear formas de gobierno y de resolución de los conflictos, formas de transmitir el conocimiento en la comunicación y la educación, formas de curarse, de festejar y de imaginar el mundo. Asimismo, los procesos de autonomía indígena participan en las luchas nacionales de resistencia y liberación, enriqueciendo con una visión propia los movimientos de transformación social.
El desenlace del conflicto en Copala –conflicto que no involucra solamente las diferentes organizaciones triquis, sino el estado y los poderes fácticos que gobiernan en Oaxaca- puede ser un precedente determinante para otras experiencias que se encuentran igualmente en situaciones críticas. En este sentido, se pronuncia el mismo Municipio Autónomo:
“…quienes somos golpeados por el hecho de buscar un camino distinto, el deseo de vivir con tranquilidad y en armonía se nos condena a vivir falsamente un camino que no decidimos, se nos impone por grupos caciquiles y dirigentes traidores de su pueblo, paramilitares y malos gobiernos que comparten la visión de un estado autoritario, militar, terrorista y que hoy buscan de todas las maneras decir que estamos fuera de la legalidad, de la razón, para preparar el camino de la represión! ¡Una masacre!, que no solo es para el Municipio Autónomo de San Juan Cópala, sino para el pueblo de Oaxaca y de México, porque hoy Copala es emblemático para tod@s los que vemos una guerra donde confluyen todos los escenarios que preparan contra quienes lucha ye buscan justicia, esta es una Guerra de estado, abierta y dirigida sin ninguna moral, sin titubeos para desaparecernos…”[14]
Los primeros años del gobierno autónomo en San Juan Copala demostraron que sí se puede cambiar la realidad a partir de la propia historia, que sí se puede crear otras formas de convivencia, que, junto con otras luchas, sí se puede…
Ahora, es el momento de defendernos a todos.
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