Los Ángeles, 27 de diciembre. Derrick Burts ingresó al mundo de la pornografía hard-core para ganar dinero con rapidez y escapar al hastío de su trabajo diario en un hotel.
Sin embargo, algo salió mal. Ahora, pocos meses después, padece una enfermedad incurable y encabeza una encarnizada batalla mediática que ha puesto a temblar al negocio del entretenimiento para adultos.
A principios de diciembre Burts, de 24 años, se identificó como el Paciente Zeta, el hasta entonces anónimo actor erótico que recibió un diagnóstico positivo al virus de inmunodeficiencia humana (VIH) a principios de octubre, lo cual desencadenó el pánico entre sus colegas. Recordando la experiencia, en una conferencia de prensa abundante en lágrimas, demandó aprobar leyes que obliguen a usar condón en películas pornográficas.
Burts ha sido muy elogiado por alzar la voz en un tema que, según los activistas, ha sido barrido bajo la alfombra durante años por una industria que disfruta enormes márgenes de ganancia (la pornografía genera unos 13 mil millones de dólares al año, más de lo que consiguen las películas de Holly-wood en todo el mundo), y sin embargo se preocupa poco por el bienestar de sus 2 mil y pico de intérpretes.
Su descripción del trato recibido tras el diagnóstico atrajo duras críticas a la Fundación de Atención Médica a la Salud de la Industria para Adultos (AIM, por sus siglas en inglés), la clínica del valle de San Fernando, cerca de Los Ángeles, donde los productores de películas porno obligaban a sus actores a realizarse exámenes mensuales para detectar enfermedades de transmisión sexual. La semana pasada el gobierno ordenó cerrar la clínica por violación de su licencia.
“La industria me abandonó. Me puso en una situación en la que contraje el VIH, y luego del diagnóstico no hizo nada por ayudarme –relató Burts esta semana en el departamento de Menifee, California, que comparte con su novia Crystal y con dos perros chihuahueños. Por eso he dado este paso. La industria debe garantizar la seguridad de sus intérpretes o terminarán como yo.”
Burts nació en Hemet, poblado de trabajadores al este de Los Ángeles, y dejó la preparatoria a los 17 años para perseguir su sueño de ser mago. Durante cinco años trabajó en cruceros, viajó por el mundo y tuvo buenos sueldos. Pero se cansó de la vida errante y regresó a su tierra natal para vivir cerca de su familia; consiguió trabajo en la recepción del hotel Marriott, vecino de Disneylandia.
En diciembre del año pasado conoció a Crystal, también de 24 años, quien modelaba ropa íntima. Luego ella comenzó a modelar desnuda, lo que le dejaba más dinero. Derrick se aburrió de trabajar en el hotel y descubrió que podía ganar bien posando desnudo para revistas gays.
De ahí fue un corto paso a las oficinas de una agencia de pornografía del condado de Orange. En marzo la pareja firmó un contrato por dos años. Crystal aparecería en filmes heterosexuales; Burts, que es bisexual, haría una mezcla. Le dijeron que por lo regular el condón es obligatorio en películas gays, pero no en las heterosexuales.
“Nos ofrecieron muy buenos sueldos –recuerda. Nos dijeron que ganaríamos 15 mil dólares mensuales. Le llenan a uno la cabeza con que tendrá un estilo de vida distinto, que irá a importantes actividades de alfombra roja, que obtendrá cuanto desea y trabajará con modelos en verdad atractivos. Es tentador. Cuando me vio, el agente me dijo que tenía la palabra dinero escrita en todo mi cuerpo dentro del negocio gay.”
La pareja trabajaba todos los días. Burts usaba el alias Cameron Reid en películas heterosexuales, por las cuales le pagaban entre 200 y mil dólares diarios, y el de Derek Chambers en filmes gays, que le generaban unos 2 mil dólares.
Crystal ganaba entre 700 y 3 mil dólares por sesión. “A veces uno se siente explotado, según lo que ocurra en el set. Pero no es así la mayoría de las veces –dice. Me pagaban por tener sexo con una chica realmente sensacional. ¿A quién no le gustaría eso? A una parte de mí le gustaba estar en la cámara y ser la estrella”.
Sin embargo, pronto se manifestaron los riesgos inherentes a la industria. Cuando se sometió a su primer examen de laboratorio, descubrió que había contraído clamidia. Al mes siguiente le diagnosticaron gonorrea y sífilis. “Trabajaba con diversas parejas varias veces por semana –señala. Las enfermedades son parte del trabajo”.
Luego lo llamaron de la clínica. Le informaron que había resultado positivo al VIH. Recuerda haber sentido un embotamiento, seguido de miedo. En la clínica le dijeron que su carrera había terminado, pero que su identidad se mantendría en secreto. A los actores con los que había trabajado desde su último examen negativo al VIH los pondrían en cuarentena y les practicarían análisis.
La fuente de la infección se rastreó rápidamente, informó la clínica, en un actor de quien se sabía que era positivo
y con quien Burts trabajó en Florida en una toma gay en la que no se usaron condones para el sexo oral. Mientras los intérpretes de pornografía heterosexual deben mostrar resultados negativos al VIH antes de filmar, el sector gay no tiene las mismas restricciones.
Burts señala que luego de la notificación no pasó nada. Esperó dos meses, pero no lo enviaron a un especialista. La clínica dejó de responder a sus llamadas. Comenzó a sentirse abandonado. Luego, la clínica afirmó que la infección derivó de la vida sexual privada de Burts, acusación que él rechaza con vehemencia. Tratan de desprestigiarme y decir al público que miento
, dice.
A finales de noviembre sufrió un colapso nervioso. Poco después, por recomendación de un amigo, acudió para tratamiento a la Fundación de Cuidado a la Salud por Sida. Allí recibió apoyo tan profesional, relata, que accedió a hablar en respaldo a la campaña que esa agrupación realiza desde hace mucho tiempo para que el uso del condón sea obligatorio en todas las películas pornográficas.
“Como son las cosas ahora, si uno le dice a un productor ‘quiero usar condón’, buscaría a otro actor”, señala.
La campaña de Burts ya ha avergonzado a la industria de películas para adultos, y el cierre de la clínica AIM ha sido un duro golpe para ella.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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