Rocío Sánchez México DF, julio 01 de 2011. La cirugía cosmética, surgida formalmente en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, ha dado origen a toda una industria. Cada vez más gente en el mundo tiene acceso a procedimientos quirúrgicos que modifican su aspecto. Mejorar o corregir ciertas características físicas son las aparentes motivaciones para una cirugía plástica, pero ¿respecto a qué parámetro se mejora o se corrige? Varios estudios de antropología se han acercado a responder esta pregunta e indagado en la forma en que las personas, hoy por hoy, se relacionan con el concepto de belleza y con sus propios cuerpos. Alguna vez te has preguntado si mejorando tu imagen podrías alcanzar la seguridad, autoestima y confianza que se requieren para tener una actitud más positiva, e incluso abrirte las puertas del éxito?”, pregunta el folleto de una clínica de cirugía estética. La recepción del lugar acoge a sus usuarias (la mayoría son mujeres) con pinturas de torsos femeninos delgados con pechos turgentes. Si se busca una clínica de este tipo en la ciudad de México, las opciones son muchas, desde las ubicadas en los hospitales privados más costosos hasta otras más pequeñas, situadas en colonias populares. Las cirugías plásticas estéticas –también las hay reconstructivas– se han convertido en un servicio al cual tienen acceso cada vez más personas. Una institución bancaria ya ofrece un plan de financiamiento para “tratamientos o intervenciones relacionadas con la imagen personal”. En este establecimiento, en la colonia del Valle, los procedimientos quirúrgicos pueden pagarse en dos partes y hasta a varios meses sin intereses con tarjetas de crédito. “El presupuesto que te entrego incluye todo: honorarios, prótesis, materiales y el procedimiento, y va firmado por ti y por mí para que ya no cambie”, dice la amable doctora que me recibe. Delgada, con el cabello teñido de rubio y el rostro sin una arruga, trato de adivinar si rebasa los 45 años. Me trata con cordialidad, procura darme confianza y me asegura que quedaré muy bien con la liposucción y el aumento de pechos que quiero hacerme. Me pide que espere a que llegue el doctor para revisarme. Derechos del consumidor El fenómeno actual de la cirugía estética simboliza dos aspectos interesantes a decir de Elsa Muñiz, antropóloga de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). El primero es que pareciera que las oportunidades de consumo de las y los ciudadanos se están igualando, puesto que hoy las clases medias o incluso bajas pueden acceder a una cirugía plástica. Cita al antropólogo Néstor García Canclini en su afirmación de que el consumo sirve para pensar. Al seleccionar los bienes y apropiarse de ellos se define lo que se considera públicamente valioso. Así, Muñiz afirma que la presencia de figuras masculinas y femeninas estilizadas en los medios de comunicación delinean ciertos patrones de consumo y de formas de ser “donde el cuerpo es la piedra angular de este estilo de vida que se realza al ‘adquirir’ lo que le hace falta, o transformando lo que no se ajusta a los requerimientos impuestos por esas imágenes corporales idealizadas”. En este contexto el cuerpo se convierte en un producto, un bien que no sólo se posee sino que se consume, indica la profesora investigadora. “En la sociedad contemporánea, donde todo está muy lejos como para tener alguna capacidad de intervención, el cuerpo es concebido como nuestro último reducto”, dice Muñiz a Letra S. “En ese sentido, la cirugía plástica nos muestra una capacidad de agencia (acción) de los sujetos sobre su propio cuerpo”. Pero, ¿de dónde surge la necesidad de consumir este tipo de procedimientos? Para la antropóloga, puede provenir de la difusión masiva de ciertos modelos corporales y patrones de belleza. Sin embargo, sigue, lo que los medios de comunicación han generado y difundido son imágenes ficticias. “No sólo son imágenes de mujeres que han pasado por la cirugía plástica, sino que además están editadas por computadora, entonces hay todo un procedimiento mediático que lleva a generar, más que modelos de belleza, ficciones”, las cuales son por demás inaccesibles dado que no se pueden alcanzar patrones de belleza que no son reales. Además de la belleza, la principal oferta de las cirugías estéticas es la autoestima. Los anuncios y sitios web sobre esta rama de la medicina mencionan la autoestima como “resultado” de esta o aquella operación. “Es muy común ver que las mujeres que acuden a una transformación corporal se han divorciado, han sido dejadas por sus maridos, no consiguen empleo o se sienten muy grandes de edad”. Por otro lado, una vez que la persona se ha hecho la primera cirugía, “nunca se para ahí”, dice Elsa Muñiz, quien se encuentra preparando el V Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El cuerpo descifrado”, que realizará en octubre la UAM Xochimilco en conjunto con la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y cuyo tema en esta edición son los procedimientos estéticos. “Después de un tiempo eso que había quedado muy bien se empieza a descomponer, entonces se vuelve un tipo de adicción pero también una necesidad porque si se te descompone algo que te compusieron pues hay que ir a arreglarlo; entonces la autoestima nunca está colmada”. Un arreglito El cirujano, director de la clínica, entra apresuradamente a mitad de mi consulta. Todavía trae puesto el traje de cirugía; por la mañana operó a una mujer que para las 6 de la tarde ya podrá irse a su casa. Pregunta qué es lo que me quiero hacer, me explica rápidamente la liposucción y para el busto dice que lo recomendable es un par de implantes que no me impedirán embarazarme (sic) ni lactar en el futuro. Me envía a un cubículo para revisarme; me acompañan una enfermera y la doctora que me recibió. Descubro mi torso. Él entra y me sitúa frente a un espejo grande. “Entonces, liposucción…”, dice mientras le señalo tímidamente los “gorditos” a los lados de mi cintura; antes le había dicho que el abdomen no era el problema, pero él discrepa. Presiona, mueve y agarra firmemente la piel y la grasa que sobran, que parecen mucho más abundantes al vibrar en el espejo. El doctor encuentra más exceso por aquí y por allá. “Si quitamos esto, esto y esto le va a quedar un abdomen mucho más plano, mucho mejor”, afirma y sigue pellizcando. Ahora me ordena alzar los brazos. Coloca una regla metálica a la altura de los pezones y me indica que baje los brazos. La regla queda inmóvil y mis pechos, unos centímetros debajo de ella. “Aquí es donde deberían estar, ¿ves cuánto hay que levantarlos?”, pregunta el doctor con seguridad. “Con un implante pequeño se va a rellenar esta área, donde no tienes nada”, y su dedo toca mi piel pegada al hueso en la parte superior de cada pecho. Luego sale apresurado del cubículo para que la doctora y la enfermera me entreguen dos prótesis de diferente tamaño, de forma que pueda ponerlas bajo mi ropa y ver cómo quedaría cada opción. Alcanzo a ver mi sonrisa en el espejo al mirar la más pequeña realzando mi contorno a través de la ropa. El tono jovial, ameno y de entusiasmo casi opaca el hecho de que se trata de cirugías. Si sólo fuera la liposucción, en tres días ya podría regresar a trabajar, dice el médico. Pero en el caso de los implantes sí se requieren al menos 8 días de convalecencia y luego los respectivos cuidados post-operatorios, como evitar hacer esfuerzos físicos. “Vas a ver que vas a quedar muy bien, te vas a ver muy bonita”, me anima la doctora mientras escribe el costo total; el doctor ya se ha ido. Dice que no me sentiré rara, que el resultado será muy natural. “Serían 104 mil pesos, pero como son dos procedimientos te hacemos el 10 por ciento de descuento”. Casi me convencen. Acuñar la belleza ideal “Esta típica imagen de ‘antes y después’ va construyendo a los sujetos, son prácticas que tienden a definir y a profundizar las características femeninas y masculinas”, dice Elsa Muñiz. Es decir, los hombres y las mujeres se constituyen a partir de discursos, prácticas y representaciones de lo que debieran ser. Como lo afirmó la filósofa Judith Butler en su libro Cuerpos que importan, el sexo “no es una realidad simple o una condición estática de un cuerpo, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras materializan el sexo y logran tal materialización en virtud de la reiteración forzada de esas normas”. Cada época ha tenido sus modelos de belleza según el momento histórico, y las mujeres –principalmente– han buscado las formas de acercarse a ellos para ser “más femeninas”. Pero hoy, la tendencia de la cirugía estética parece ir en una dirección particular, sostiene Elsa Muñiz, a través de una “rama” de la especialidad reconocida por los propios médicos: la etnocirugía, en la que las operaciones están dirigidas a borrar o “corregir” los rasgos étnicos de las personas para acercarlas a cierto modelo. Así, a partir de los cánones de belleza se establecen ciertos grupos como “menos atractivos”, explica la doctora en antropología en su artículo Transformaciones corporales, identidades cambiantes: ¿Qué es la etnocirugía cosmética?. “Tales preceptos son normativos y la etnocirugía, al desdibujar los rasgos particulares de los grupos étnicos se convierte en ‘normalizadora’”. En México, dice la especialista, la mayoría de las que se realizan son etnocirugías ya que las mujeres se modifican la nariz, el óvalo de la cara, se aumentan los pómulos. Las mujeres japonesas, por su parte, comienzan a modificarse los ojos para no tenerlos rasgados. Pero no necesariamente esto se dirige sólo a buscar una belleza como la del grupo caucásico. “Pienso que se están generando sujetos híbridos: las mujeres europeas caucásicas se ponen implantes de glúteos, pero las caderas voluminosas corresponden al fenotipo de las africanas”, observa. “Sí hay una imposición, una dominación (del estereotipo blanco), pero creo que esta modificación corporal va por muchos sentidos, no apela a un solo modelo”. Es interesante, dice la experta en temas relacionados con el cuerpo, que los médicos afirman que estas operaciones son para mejorar la apariencia y para mejorar la raza en todo caso, “entonces me parece que es una moderna forma de eugenesia, entre comillas”. Relación de amor y odio Para Muñiz, existen varias paradojas en esta relación de las personas con su cuerpo. Una de ellas es la forma en la que las mujeres se operan y lo niegan. Es cotidiano escucharlas decir que “tenía un problema en la nariz” o alguna otra complicación médica en la que era necesario intervenir. Se busca lograr una belleza “natural”, que no se pude alcanzar a partir de modelos ficticios, además, “negando toda la parte cultural y social que están implicadas en la belleza”. En este sentido, el concepto de cyborg, un híbrido entre máquina y organismo, desarrollado por otra filósofa feminista, Donna Haraway, es retomado por Elsa Muñiz para afirmar que está presente en la etnocirugía representado por “las prótesis, los materiales requeridos, los aparatos; una criatura de realidad social y también de ficción, como quienes modifican sus rasgos faciales”. Y en un entorno violento como el que se vive hoy en México, Muñiz señala que las prácticas quirúrgicas de belleza tienen también su dosis de violencia. Primero, es simbólica, porque los modelos de belleza se imponen al grado de que la gente no soporta verse arrugas; “esa es su violencia, hacer que las personas no se asuman con su edad o en su pertenencia a un tipo racial.” En segundo lugar, es física ya que los procedimientos láser aplicados sobre la piel o las agujas utilizadas en las liposucciones son invasiones violentas al cuerpo. En ese sentido, la gran paradoja parece ser que “por un lado se busca la perfección del cuerpo y por el otro se le tiene un desprecio absoluto”. *Publicado en el número 179 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 2 de junio de 2011 |
jueves, 7 de julio de 2011
REPORTAJE. El cuerpo en construcción*
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