Jueves 8 de marzo de 2012, p. 45
En México, uno de cada cuatro embarazos adolescentes no fue planeado, y otro 10 por ciento tampoco fue deseado, según estimaciones del Consejo Nacional de Población (Conapo). Sin embargo, para algunas mujeres menores de 20 años de edad la maternidad se convierte en un vehículo de movilidad social, pues pasan de ser personas con muy poca voz e influencia en su entorno familiar y social a ocupar un lugar que les permite tomar decisiones y participar más, coinciden especialistas en jóvenes y salud reproductiva.
En la década reciente el porcentaje de jóvenes entre 12 y 19 años de edad que son madres se incrementó en medio punto porcentual (pasó de 7.45 en 2000 a 8 por ciento en 2010, según datos del Censo de Población y Vivienda), fenómeno que coincide con la llegada del Partido Acción Nacional a la administración pública, afirman expertos.
Se trata de un aumento ligero que da cuenta de que las políticas de salud reproductiva no han logrado impactar en ese segmento de la población, debido a una falta de fortaleza de las mismas a causa de la perspectiva ideológica y moral de los funcionarios
, apunta José Antonio Pérez Islas, coordinador del Seminario de Investigación en Juventud en la Universidad Nacioanl Autónoma de México.
Sofía Román, coordinadora en el Distrito Federal de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México, atribuye el incremento en la maternidad adolescente a la falta de acceso a información veraz y científica y a los métodos anticonceptivos.
Aplicar morales privadas a políticas públicas puede dar resultados desastrosos. Las pasadas dos administraciones federales han mostrado un nulo interés sobre los derechos sexuales y reproductivos
, lo cual se traduce en un lamentable retroceso para las mujeres, señala Noemí Ehrenfeld Lenkiewicz, especialista en salud reproductiva y prácticas en jóvenes de la unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Para los expertos, la maternidad adolescente oscila entre el doble mensaje de culpabilizar la sexualidad activa en ese grupo de población y tener un mayor valor en una sociedad que idealiza el rol de la madre, aunado al hecho de que en la década reciente no se ha incrementado el uso de métodos anticonceptivos en ese segmento, lo cual significa que hay algo mal en las campañas, no en las adolescentes
, sostiene Ehrenfeld.
La joven adquiere otro estatus y en un contexto donde un gran sector de mujeres no tiene posibilidades de desarrollo, tener un hijo le permite ascender en la toma de decisiones en la comunidad o familia
, explica Pérez Islas, quien abunda: A la primera reacción de castigo hacia la joven embarazada en su familia, sigue una compensación con la maternidad, pues ésta sigue siendo el eje central de las relaciones familiares
.
Ehrenfeld Lenkiewicz realizó en años recientes entrevistas a profundidad con adolescentes urbano marginales y encontró que ellas dicen claramente que la mujer tiene más valor para el hombre cuando es madre. Mientras tengamos estos mensajes ideológicos y culturales será muy difícil disminuir el índice de embarazos en adolescentes
.
No obstante, el costo es alto. La maternidad temprana dificulta enormemente el desarrollo integral de las chicas. Hay una reducción de los espacios sociales, no sólo de recreación (salir a bailar o al cine), sino también escolares y de empleo
, asegura la investigadora.
Agrega que las situaciones de violencia, difíciles de manejar para cualquier mujer, son particularmente complejas para ellas toda vez que no cuentan con los recursos culturales para negociar y ser menos vulnerables. A la larga, hay un empobrecimiento no sólo económico, sino de las perspectivas y del propio proyecto de vida.
Por su parte, Román afirma que los jóvenes no se asumen sexualmente activos, aunque lo sean, porque todavía existe un rechazo de la sociedad y al no hacerlo consideran que el uso de anticonceptivos no es importante
.
Para la académica de la UAM, las campañas dirigidas a adolescentes para prevenir embarazos serán efectivas cuando consideren pautas culturales, hábitos de consumo y prácticas de vida propios de cada grupo regional.
Cambiar las creencias es complejo y requiere educación, no en el sentido de información, sino de participación activa de la persona a la que se dirige. Se trata de incorporar, así como de dar voz y poder a las chicas para que ellas digan por qué sí o por qué no usar métodos anticonceptivos o tener relaciones sexuales
, concluye
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