Marcha la caravana hacia la frontera con EU en busca de hijos e hijas desaparecidos
Todas las mujeres de Centroamérica tienen una historia triste que contar de parientes ausentes
En Tenosique, Tabasco, padres hondureños integrantes de la caravana Liberando la esperanza se encuentran con su hijo Selverio, migrante y ahora residente en una población de TabascoFoto Moysés Zúñiga Santiago
Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 16 de octubre de 2012, p. 19
Martes 16 de octubre de 2012, p. 19
Tenosique, Tab., 15 de octubre. En el puesto fronterizo de El Ceibo, 60 kilómetros al sur de Tenosique, organismos solidarios de México –entre ellos la Casa Albergue del Migrante La 72 y el Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM)– dieron hoy la bienvenida a 70 centroamericanas que emprendieron una nueva caravana por la ruta del Golfo hasta la frontera con Estados Unidos, en busca de sus hijos e hijas desaparecidos en territorio nacional durante su tránsito por la República Mexicana.
Fray Tomás González Castillo, vestido con su sayal de franciscano, recordó que las decenas de miles de migrantes que han desaparecido durante el sexenio reciente en su tránsito hacia Estados Unidos –según cifras que manejan los distintos reportes de los organismos humanitarios internacionales– son
una vergüenza para nuestro país. Ante el grupo de mujeres que descienden de los autobuses que las traen desde hace tres días por el Istmo centroamericano y que de inmediato se cuelgan al cuello las fotografías de sus seres queridos, el sacerdote, que dirige el único centro de acogida de Tabasco, lo que le ha acarreado amenazas y demandas penales del Instituto Nacional de Migración como castigo a su labor humanitaria, denuncia:
La complicidad de los funcionarios corruptos y el crimen organizado han convertido a nuestro territorio en un cementerio de migrantes, han truncado el sueño bendito de sus hijos para cambiarlo en una maldita pesadilla.
Por su parte, Martha Sánchez Soler, dirigente del MMM, organizadora de la caravana, expresó su esperanza de que en este nuevo esfuerzo de movilizacion
encontraremos a muchos de sus hijos. Muchas de ellas, ya ancianas, la escuchan con fervor.
No vamos a parar hasta que tengan todo el apoyo de las autoridades mexicanas que ustedes necesitan y merecen para saber el paradero de sus hijos, promete.
Las caravanas del MMM que Martha Sánchez alienta desde 2007 han demostrado que también en este vasto submundo de las listas de desaparecidos existen los milagros; atribuibles no a alguna deidad, sino a activistas de carne y hueso, como el tabasqueño Rubén Figueroa, que se empeñaron en buscar, escudriñar, atar cabos, seguir pistas, internarse en veredas y aldeas insospechadas y no darse por vencidos hasta dar con algunos de los migrantes perdidos.
Y Servelio apareció... con hijos
En esta caravana, que se ha llamado Liberando la esperanza, se han programado cuatro rencuentros de familias con hijos encontrados. Por eso, entre el grupo de estas mujeres ajadas por la pobreza y el dolor de los hijos ausentes, vienen cuatro que son un cascabel. Una es Silveria Campos, procedente de las remotas montañas de Lempira, en Honduras, de una aldea llamada San Manue Coloete. Su hijo Servelio Mateos, campesino y analfabeta, a los 17 años marchó hacia el norte un día, hace ocho años. Nunca antes había salido de su aldea. Se comunicaba con su famila llamando por teléfono a la radio comunitaria, donde se transmitían sus esporádicos reportes. Un buen día la radio dejó de hablar de Servelio. Sus padres se angustiaron por el silencio.
Yo lloraba todos los días. Me preguntaba si mi hijo seguía en la vida o ya no.
El año pasado vino en la caravana y aportó algunas pistas. Rubén Figueroa, activista pero también migrante en su adolescencia y sabe de la humillación y el abuso que se sufre, lo encontró en una ranchería en Calicanto, municipio de Jalapa, Tabasco, hecho un hombre, casado y con dos hijos. Hoy su mujer y él bañaron a sus gemelos, les pusieron camisas nuevas y los llevaron a Tenosique, a que conocieran a sus abuelos hondureños, José Venancio Mateo, el padre, y Silveria. Las demás madres de la caravana los miran con los ojos arrasados por lágrima, preguntándose si su búsqueda tendrá también un final feliz.
Carmen Lucía Cuaresma, nicaragüense, no se contiene. Estruja y acaricia el sobre de plástico donde lleva el certificado de bachillerato de su hijo Álvaro Enrique Guadamez,
mi bachiller, mi orgullo. La última vez que le llamó, el día de su cumpleaños, 25 de marzo de 2011, ya iba por Veracruz. Luego hubo otra llamada, a su tía que vive en Los Ángeles. Hablaba de un
peligro; necesitaba 2 mil dólares que nunca le alcanzaron a enviar. Desde entonces, nada.
En la capilla del albergue la 72 también son testigos del rencuentro los migrantes que van de paso. Son en su mayoría hondureños y muchos de ellos y ellas adolescentes que están de paso por Tenosique, reponiendo fuerzas en el albergue y esperando saltar una de estas noches al lomo de La Bestia, el ferrocarril que pasa a 200 metros de aquí. Las madres se vuelcan en bendiciones y recomendaciones ante los hijos ajenos, envalentonadas toman el micrófono:
Muchachos, cuídensen. Nunca olviden que tienen una madre que no espera un silencio sino una carta, una llamada.
Los jóvenes migrantes que las veían al principio con un poco de lástima, tal vez desafiantes, ya no las miran de frente. Cabizbajos ocultan sus miedos, su nostalgia y sus lágrimas. Muchos de ellos tal vez ya no estén ahí mañana
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