Es la peor noche de mi vida, asevera una palestina tras acentuarse los ataques
Hace dos días que mi hija no habla, comenta la pobladora del barrio Nasser
Aquí la gente cierra los ojos y toma café como si no pasara nada: israelí
Palestinos se muestran atemorizados ante los constantes bombardeos de IsraelFoto Ap
En Tel Aviv, un grupo permanece en un edificio tras sonar una alertaFoto Ap
Afp
Periódico La Jornada
Domingo 18 de noviembre de 2012, p. 25
Domingo 18 de noviembre de 2012, p. 25
Ciudad de Gaza, 17 de noviembre. Cae la noche, los ataques aéreos se intensifican. En un edificio del barrio Nasser, en el norte de Gaza, Laila Saker ha dejado la ventana abierta para evitar que los fragmentos de cristal roto hieran a su familia. Laila, de 29 años, madre de dos niños; Razan, de seis, y Udai, de cuatro, está esperando un tercer hijo en 15 días.
Hace dos días que Razan no habla. No emite casi ningún sonido. Udai se ha vuelto agresivo. Trato de distraerlos, pero creo que no funciona, confiesa.
La calle donde queda su edificio está llena de cristales rotos de las ventanas reventadas por las explosiones. El ruido de los aparatos sin piloto israelíes se oye en el cielo. De vez en cuando se escucha la deflagración de un ataque aéreo. A veces son una serie de explosiones que se suceden a un ritmo aterrador, que deja a los habitantes temblando.
Las ondas de choque expansivas barren el apartamento y arrancan las cortinas. Las explosiones despiertan a los niños. Uno llora, otro busca consuelo en los brazos de sus padres. Otros tienen tanto temor que no lloran.
Tengo miedo por mis niños. En realidad tengo ganas de llorar cuando bombardean, pero trato de controlarme por ellos, no quiero que se asusten, dice Laila Saker.
El jueves por la noche, cuando decenas de ataques aéreos estremecían a Gaza, Laila, aterrorizada, se encerró en su casa. Al día siguiente decidió mudarse a la casa de sus suegros, esperando que sea un refugio más seguro.
El viernes los ataques aéreos provocaron un apagón en el apartamento de los suegros.
Jamás había vivido una noche así, es la peor de toda mi vida, dice. No hay refugios en las cercanías.
Por fin se instala una calma relativa. Los ataques se espacian. Una explosión despierta a todo el mundo de golpe. Luego vuelven a dormir. A las cinco de la mañana del sábado dos ataques sucesivos sacuden el edificio de Laila y se va la cama.
Lo que he visto hoy es como una película de horror convertida en realidad, explica Soha, de 18 años.
Afp
Tel Aviv, 17 de noviembre. Elad y Hadas, antes de estudiar el menú del último restaurante de moda de Tel Aviv, verifican si tiene un refugio adecuado en caso de que suenen otra vez las sirenas antiaéreas.
“La Guerra del Golfo vuelve a empezar, salvo que ya no son los misilesScud sino cohetes los que caen”, dice Elad, de unos 20 años, que se pasea de la mano de su novia por el puerto de Tel Aviv, una ciudad apodada
la burbujapor su imagen hedonista, desconectada del conflicto israelí-palestino.
Aquí, la gente cierra los ojos y toma café en las terrazas como si no pasara nada. Se niegan a cambiar sus hábitos, confía Hadas.
En 1991, durante la Guerra del Golfo, los Scud lanzados desde Irak, durante el mandato de Saddam Hussein lograron perturbar la vida diaria de Tel Aviv,
la ciudad que nunca duerme.
Esta lejana pesadilla resurgió el viernes cuando un cohete lanzado desde Gaza cayó al mar, sin causar heridos, frente a la embajada de Estados Unidos, situada en el paseo. Algo que no sucedía desde hacía 20 años. Nunca hasta ahora habían los grupos palestinos habían logrado lanzar un cohete tan lejos.
La víspera otro cohete cayó un poco más lejos, en las costas del puerto de Jaffa.
Estas salvas de proyectiles0 caen regularmente en las localidades del sur de Israel, lejos de los bulevares de Tel Aviv.
Sin embargo, ahora la población está dividida entre el deseo de que nada cambie y la resignación de que el conflicto pueda ir a mayores, quizás con una ofensiva terrestre con blindados e infantería en la franja de Gaza.
No me da miedo. ¿Qué cambia para mí? Si los cohetes nos alcanzan, no importa. En tanto hay que seguir cantando y bailando, dice Dana Alosh, vigilante de un estacionamiento.
¡Hay que matar a todos los árabes!, dice por su lado una joven nacida en Rusia que atiende un kiosco justo al lado.
Estoy de acuerdo con una invasión de Gaza. No hay alternativa, sin ella habrá que continuar soportando todo esto, declaró otra habitante de Tel Aviv, Flora, de 47 años, que pasea su perro por el lugar.
Varios transeúntes admiten que les sorprendieron los disparos de cohetes contra Tel Aviv, pero pocos reconocen haber tenido miedo.
Todos los que conozco me dijeron haberse asegurado de conocer los refugios cercanos, dijo Elad
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