En menos de dos años han sido levantadas más de 105 jovencitas, denuncian madres de víctimas
Señalan que son obligadas a prostituirse o vender drogas
Domingo 14 de agosto de 2011, p. 2
La desaparición de mujeres en Apodaca, Nuevo León, se fue convirtiendo poco a poco en un acontecimiento rutinario desde que Los Zetas se apoderaron de uno de los municipios con mayor crecimiento demográfico y marginación en la entidad. Algunas fueron secuestradas en la calle, elegidas al azar, por su apariencia; otras fueron sustraídas de sus casas a punta de pistola y amenazas; y el resto no volvió después de salir del trabajo, de una fiesta, de un antro... Todas tienen en común ser pobres, jóvenes y guapas.
Por las calles de las colonias Los Fresnos, Nuevo Amanecer y Jardínes de los Pinos las balaceras se fueron convirtiendo en algo cotidiano. Primero Los Zetas llegaron a vender droga. Luego el ayuntamiento abandonó las casetas de vigilancia. Finalmente el cobro de piso, los asesinatos y el robo indiscriminado transformaron la zona en foco rojo
.
Los coches nuevos desguazados aparecen como algo normal entre calles donde se amontonan pequeñas casas de interés social. Las lujosas camionetas de reciente modelo hacen su rondín. El miércoles pasado un grupo de agentes ministeriales del grupo antisecuestros fue sacado a balazos. Pistoleros a bordo de varios taxis robados se encargaron de recordarles que ese territorio es un nido de zetas.
En una casa de la inmensa mancha habitacional de Nuevo Amanecer ha decidido reunirse por primera vez un grupo de padres de familia que desde hace meses están unidos por la desaparición de sus hijas. Todos admiten haber tenido desconfianza en acudir a la cita para hablar con La Jornada. Aceptan que algunas de sus hijas andaban en malas compañías, pero reconocen que no han presentado denuncia por la desconfianza que les inspiran las autoridades. “Los polizetas se burlan de nosotros cuando vamos a preguntar por ellas”, denuncia una de las madres, refiriéndose a los agentes de seguridad pública de Apodaca.
Teodora Reyes Meza, de 53 años, reparte de entrada una oración con la foto de su hija. Azalea Magdiel Alonso Reyes, al igual que otras jovencitas, fue privada de su libertad. Hoy estaría cumpliendo 19 años... pido su apoyo para que elevemos una oración pidiendo por ella y las demás jovencitas; aunque no sabemos las condiciones en que se encuentren, pidamos al padre celestial por un milagro, por una señal, por saber algo de ellas
, dice el texto.
Decenas de mujeres han desaparecido desde que comenzó la guerra contra el narco. Los cárteles de la droga han diversificado su actividad criminal.
La Procuraduría de Justicia de Nuevo León no tiene estadísticas del delito de trata contra el género femenino, pero el estado está considerado centro neurálgico de distribución al resto de la República de mujeres para la explotación sexual, negocio que involucra a delincuentes, políticos, funcionarios, policías y empresarios.
Sólo en Apodaca, en menos de dos años hemos contado más de 105 jovencitas secuestradas
, afirma Martha Alicia Quintanilla Ibarra, madre de Lizette Alicia Mireles, de 22 años, desaparecida el 2 de diciembre del año pasado al salir de su trabajo en un casino.
Sin rastro
Azalea es delgada, morena y con los ojos rasgados. Muy bonita. Su foto de 15 años está en la sala. Teodora da la bienvenida a los demás. Perdió la vista y sus enfermedades se acrecentaron desde que su hija desapareció, el 15 de febrero del año pasado. “Unos hombres vinieron por ella. Primero le hablaron por teléfono, luego uno se bajó del carro y tocó la puerta bien fuerte, gritando. Ella nomás dijo: ‘Mami, al rato vengo’”.
Por ninguna de las jovencitas desaparecidas pidieron rescate. Algunas hablaron con sus padres después de ser secuestradas para pedir que no las buscaran ni interpusieran denuncia. Diez de ellas eran amigas o conocidas, y fueron secuestradas en una semana.
Al día siguiente del secuestro de Azalea, desapareció Cecilia Abigaíl Chávez Torres, de 18 años, embarazada de siete meses. “Una amiga, que yo creo ya tenían secuestrada, fue el gancho. Llamó a varias y las invitó a una fiesta. Y ya no volvieron. Mi hija me habló por teléfono como a los cuatro días de desaparecer y me dijo: ‘Mamá, no te preocupes, yo estoy bien’, y cortó. Jamás me volvió a llamar”, relata Cecilia Torres Morales, de 45 años.
Cuenta que su hija trabajaba de edecán en Transformadores Delta y se enredó
con Juan Francisco Zapata Gallegos, apodado Billy Sierra o El Pelón, jefe zeta de la plaza de Monterrey detenido en agosto del año pasado.
“Es el papá del niño. Nunca lo conocí. Ella me contó que El Pelón no le dijo que era sicario. Se lo confesó cuando tenía cuatro meses de embarazo. Y yo le dije: ‘usted se metió en ese problema y a ver cómo lo arregla, pero aquí no me lo trae’. Tengo más hijos. Imagínese si yo lo hubiera recibido en mi casa: ya no estaríamos vivos. Cuando lo detuvieron lo vi en el periódico. Él sabe dónde está mi hija. Y quiero que me lo diga él o la Siedo. Lo tienen preso en la ciudad de México.”
Para Cecilia está claro que su hija es víctima de trata. La estadística del Departamento de Estado estadunidense afirma que anualmente en México más de 20 mil personas son secuestradas en relación con ese delito.
Las pueden traer en prostitución, entregando droga. Estas jovencitas son un negocio para ellos. Les van a dar mucho dinero. Está claro que tienen una red de muchachitas. Es la trata de blancas
, apunta, y comenta que nunca denunció la desaparición de Cecilia Abigaíl por temor y por desconfianza a la policía. Son los mismos. ¿Para qué? Cuando Cecilia y Verónica desaparecieron también secuestraron a otras dos muchachas y lo supieron, pero no les interesa hacer nada
.
La historia de Verónica Casas Martínez está marcada por la pobreza y la exclusión. Es una de los 7 millones de ninis que existen en el país, madre soltera de cuatro hijos.
Ya no busque a Verónica, no va a regresar, está muerta
, le dijo un sujeto por teléfono a María del Rosario Martínez Medina, madre de Verónica, desaparecida el mismo día que Cecilia Abigaíl. Nomás supe que se fueron juntas y ya no volvieron. Era canijilla y a veces no venía hasta otro día, pero llegaba. Y esa vez ya no llegó. Verónica no trabajaba. Voy a serle franca, a mí no me gusta echar mentiras: se salían con amigos y me contaba que les vendaban los ojos para ir a los lugares donde las llevaban. En realidad, se juntaban con gente mala, para qué es más que la verdad
, dice junto a su marido. Ambos se quedaron al cuidado de los cuatro nietos. Yo siento que ella está viva, que está bien
, agrega.
Las elegidas
De acuerdo con el investigador de la Universidad Autónoma de Nuevo León Arun Kumar, autor del estudio Una nueva forma de esclavitud humana: El tráfico de mujeres en México, la entidad ocupa el sexto lugar en la incidencia de ese delito.
El documento revela que mensualmente entran y salen del estado de 300 a 400 mujeres para explotación sexual.
Algunas madres de las desaparecidas han recibido mensajes de gente que las ha visto trabajando en prostíbulos o bares en Monterrey, Camargo, Reynosa y Guadalajara. Las pueden traer de damas de compañía
, señala Isabel Rivera, madre de Guadalupe Jazmín Torres Rivera, mientras mira la foto de 15 años de su hija, desaparecida el 15 de febrero del año pasado, un día antes del secuestro de Verónica y Cecilia Abigaíl.
Madre soltera de una hija de tres años, Guadalupe era maestra de baile. Su madre cuenta que después de que la joven salió del trabajo en el DIF municipal “venía caminando por la calle, y Evelyn Johana, novia de Juan Carlos Martínez Hernández, alias El Camaleón, jefe zeta de Guadalupe, la señaló desde una camioneta. Se bajó un muchacho pelón, cholo, con una pistola. (Se la llevaron y) nomás dejaron tirado el maletín donde traía su ropa de baile”.
La policía de Apodaca no aceptó la denuncia de Isabel Rivera, quien acudió al campo militar de la Séptima Zona, donde añadió el nombre de su hija a una lista de desaparecidos.
Luego fue al cuartel de la Marina, y finalmente la policía ministerial aceptó la denuncia y le hicieron pruebas de ADN.
“A mi hija se la llevaron el martes; a otras tres el lunes, dos más el miércoles... en una semana se llevaron a 10 del barrio. Luego siguieron levantando jovencitas. Son como 46 en el último año. Y nadie hace nada. No es justo que se las roben por dinero. Me siento muerta. Dios me dio tres hijos y quiero a los tres juntos conmigo. No me resigno”, expresa mientras muestra una carpeta con ocho fotos de otras muchachas desaparecidas, cuyas madres se están empezando a unir para exigir justicia.
La mayoría se conocieron en la Séptima Zona Militar, donde fueron a denunciar las desapariciones. “Aquí no vamos a tapar nada. Yo creo que se las llevaron los mismos: Los Zetas. Todas conocían a Billy Sierra, que también levantó a otras muchachas en Monterrey, La Estanzuela, Guadalupe y Escobedo”, afirma Cecilia Torres.
Las cosas fueron distintas en el caso de Blondie Ivonne Williams García, de 23 años, madre soltera, desaparecida el 17 de febrero del año pasado, un día después de Verónica y Cecilia Abigaíl.
La madre de la joven relata: “llegó una amiga y salió a la calle. Luego pasó un carro y le preguntaron: ‘¿quién es Blondie Ivonne?’ Ella no contestó. A mi hija ya la había mandado pedir alguien. Uno de los hombres del coche se bajó y le levantó la chaqueta, donde trae un tatuaje de un sol, y dijo: ‘sí es’. El otro le ordenó: ‘échala para arriba’. Cuando escuché eso salí y la estaban metiendo al carro. Alcancé a agarrar al fulano, pero el otro hombre me sacó la pistola y me paró luego luego. Llevaban a Flor, otra muchacha que luego supimos que también secuestraron. Iban en un Tsuru verde medio despintado”.
Fue el mismo coche que se llevó a Ana Lariza García Rayas, de 23 años, horas después. Ella trabajaba de demostradora en una empresa de telemarketing. Una muchacha gritó su nombre. Y mi hija salió y la saludó de beso. A los 10 minutos se la llevaron. Era amiga de Blondie y Lupita, que también desaparecieron, pero a las otras no las conocía
, sostiene su madre, Ana Francisca Rayas Guevara.
son muchas las jovencitas que raptan. Yo la sigo esperando. La amo. No me importa lo que haya hecho o le hayan obligado a hacer. La espero. La veo entrar por la puerta y la abrazo
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