Las y los activistas son trascendentales para dar a conocer la violación a los derechos humanos tanto de las personas y grupos sociales vulnerados, como las afectaciones hacia el entorno natural y las especies con las que compartimos el mundo.
El activismo social es necesario en toda sociedad, principalmente en aquellas donde no se respetan los derechos humanos de la ciudadanía y donde quienes ostentan algún tipo de poder lo usan para suprimir libertades en función de las diferencias, ya sea por raza, color de piel, género, estatus social, preferencias sexuales, características físicas, ideas políticas o aspectos derivados de estigmas y prejuicios culturales.
El activismo es aquel ente social que observa y denuncia, que se indigna y protesta, pero también propone y coadyuva para que los diferentes sectores de la sociedad no vean trastocados sus derechos. El o la activista honra su razón de ser cuando defiende los derechos a la libertad, a la igualdad y el respeto a las diferencias. Sus aportes a la sociedad son trascendentales cuando logran cambios en las leyes o avances en políticas públicas abiertas a la igualdad de derechos.
El activismo social parte de la indignación por las injusticias y las inequidades. De esta manera, quienes ejercen el activismo tienen una responsabilidad social y ética de cara a las personas que han visto vulnerados sus derechos, pero también frente a quienes tienen la posibilidad de modificar entornos desde los espacios de decisión política. Sus acciones deben estar regidas por la transparencia, la honestidad y la ética.
Ante la gran corrupción de los sectores político, empresarial y religiosos, y los estragos de la delincuencia criminal en México, las y los activistas deben tener firmes sus convicciones, pues a quienes cuestionan regularmente están en espacios de poder.
De ahí la necesidad de un activismo social comunitario, fuerte y unido, que proponga transformaciones legislativas y progresos en políticas públicas democráticas, justas, plurales, abiertas a la diversidad social, cultural, sexual y étnica, y con perspectiva de género.
Entre los sectores más vulnerados en nuestro país se encuentran las mujeres, que continúan siendo golpeadas y asesinadas; las comunidades indígenas, que sufren los estragos de la discriminación, el abandono y la exclusión; y las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgénero, quienes son discriminadas y lamentablemente –en casos extremos- asesinadas. Y ni qué decir de las personas adultas mayores y aquellas con discapacidades físicas, entre otras, que son invisibles para quienes toman decisiones políticas.
En una sociedad que está en permanente búsqueda de la libertad, la justicia y la equidad, el activismo es el remanso que oxigena los debates públicos en temas susceptibles de discriminación social. Por ello ser activista requiere, además de convicción, tiempo, pasión y coraje.
Ser activista no es el fin sino el medio que permite transformar algo todos los días.
*Texto publicado en el suplemento DH de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal el lunes 7 de octubre de 2013 y reproducido por NotieSe con la autorización del columnista
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