Rocío Sánchez
México DF, enero 05 de 2012.
Trece millones y medio de clics se han dado en este video de Youtube. Cinco balazos en la pantalla dan paso a la música: “Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca, volando cabezas a quien se atraviesa, somos sanguinarios, locos bien ondeados, nos gusta matar”. Suena el corrido de presentación del Movimiento Alterado, corriente musical ligada a cárteles del narcotráfico que en la Internet ha sorteado la prohibición de tocar narcocorridos en la radio comercial, bares o espacios públicos de su lugar de nacimiento: Sinaloa.
Las imágenes –producidas por dos afamados realizadores musicales que han trabajado con cantantes de pop como Shakira– presentan a varios músicos que lo mismo sostienen acordeones que empuñan armas de alto poder. Los chalecos antibalas (pecheras, las llaman) dibujan con brillantes piedras los nombres de sus grupos de música norteña.
Ser muy hombre
Las manifestaciones de violencia han aumentado su intensidad y lo mismo han hecho estos narcocorridos, destinados a ensalzar las hazañas de sus protagonistas, pero también su estilo de vida. En los videos, los cantantes entonan sus letras con puñados de dólares –o con armas cortas– en la mano, mientras desfilan camionetas y autos de lujo, bebidas costosas junto a montones de cocaína sobre las mesas y mujeres que bailan y ríen envueltas en vestidos entallados.
“Sinaloa, qué bonito estado, porque en la batalla fui criado, Culiacán, qué bonita tierra, que todo me lo ha regalado: mujeres dinero y amigos, todo lo que soy, todo lo que he sido”. El Movimiento Alterado tiene más de 16 mil seguidores en Twitter y 80 mil en Facebook, donde principalmente los jóvenes expresan su gusto por la música y la moda derivada de este fenómeno.
En algunos de los corridos se compara la lucha de los cárteles por el control de los territorios con movimientos sociales que enarbolan una causa, como en el caso de Pancho Villa. Características como la inteligencia, el valor, la fuerza, la crueldad y la posición de mando son constantes en las canciones.
Esta forma de percibir a los integrantes del crimen organizado puede encontrar una explicación en lo que socialmente significa ser hombre, es decir, en la forma como se construye la hombría. Roberto Garda, director de la organización civil Hombres por la Equidad, habla con Letra S sobre el vínculo entre estos despliegues de violencia simbólica y la masculinidad, conceptos que están muy relacionados: “entre más abuso y violencia ejerza un hombre, más hombre se siente y las otras personas lo ven más masculino.” Es decir, la construcción social de la masculinidad siempre ha implicado la pelea entre hombres por ganar los espacios sociales, “a veces de forma más civilizada a través de elecciones, a veces de forma más incivilizada a través de la violencia”.
Para el sociólogo Mauro Vargas, quien dirige Género y Desarrollo (Gendes), otra organización civil dedicada al trabajo con varones, los estereotipos masculinos que los medios de comunicación posicionan “sí determinan mucho lo que puede ser aspiracional para cualquier individuo”. Hoy, los jóvenes están expuestos a imágenes donde predomina la idea tradicional de hombre: como un ser omnipotente, infalible, competitivo e impune, sostiene en charla con Letra S. “La impunidad es de las características más importantes (de la masculinidad), existe evidencia de que en este país se puede cometer cualquier delito y sólo un porcentaje mínimo va a ser llevado a algún proceso judicial”.
A esto hay que sumar lo que han señalado otros estudiosos del ser hombre, como los españoles Josep Vincent Marqués y Luis Bonino, y el canadiense Michael Kaufman, acerca de que la construcción social del género masculino nunca termina, esto es, la condición masculina no está dada sólo por la anatomía, sino que está sujeta a demostración constante a través de una serie de “pruebas” –la mayoría de ellas violentas– en las que hay que convencer al entorno de que se es lo suficientemente hombre, como un atributo que siempre está en peligro de perderse.
La violencia como performance
“Sus ojos destellan, empuñan sus armas, ráfagas y sangre se mezclan en una, estos pistoleros matan y torturan, desmembrando cuerpos avanzan y luchan”, canta otro de los corridos alterados. Garda señala en el libro Estudios sobre la violencia masculina que esta violencia es simbólica y significativa, es decir, es un símbolo que puede ser representado de muchas formas “y siempre es una forma de comunicar algo, a quien se violenta, a quien observa o a quien se entera aun sin estar presente; este mensaje siempre es una amenaza que intimida con control.” La canción termina con una sentencia que no da lugar a dudas: “la limpia empezó, que se cuiden las ratas, aquí está el mensaje, la clica lo manda”.
En este sentido, Garda escribe que la violencia es una forma masculina de montar un “espectáculo”, una forma de llamar la atención de quien sea, una manera de salir del anonimato, “una forma destructiva y autodestructiva de decir ‘aquí estamos’”.
Así lo retrata el periodista y escritor Alejandro Almazán en su novela Entre perros, que se acerca a los entresijos de la forma de actuar de los sicarios del narcotráfico. “Los chakas saben kuando te perdonan la vida”, escribe El Bendito, personaje central de la historia, en su ortografía trastocada por el analfabetismo, pero también por la moda. “Nomás debes mostrarles respeto. Eso es lo ke kieren, respeto”, le dice a su amigo Diego, un reportero especializado en el tema con el que compartió la infancia. “De ahí viene todo el rollo del narko, loko. Están hartos de ke los pisen, ke los vean komo unos mugrosos sierreños ke ni ablar zaben. Por eso usan la krueldad, porke es la mejor arma kon la ke kuentan para acerse respetar”.
Sin embargo, en opinión de Roberto Garda el crimen organizado actual no muestra un estereotipo especialmente diferente de hombre. Lo que sucede, sostiene el sociólogo, es que se reafirma que no existen modelos alternativos de ser hombre. “Y (los modelos actuales) no son solamente los narcotraficantes, es el modelo de político que tenemos en México, el modelo de hombre líder que no es líder sino que usa el poder para abusar”. Los jóvenes, considera, no encuentran modelos de masculinidad atractivos, y recuerda que tan condenables son los criminales de estos grupos como el político que roba dinero o el presidente que sube por un fraude al poder. “Todos son hombres ejerciendo el poder, reafirmando su masculinidad, son hombres luchando por el poder como luchan los hombres: con violencia.”
Armado hasta los dientes
Durante diciembre, los sitios web del Movimiento Alterado lucieron una postal con motivo de la Navidad: sobre un fondo rojo se erigen dos fusiles cuernos de chivo; de los cargadores que les dan el sobrenombre penden sendas esferas, mientras en la punta de uno de los cañones refulge la clásica estrella que coronaría un árbol navideño.
Históricamente, las armas han estado vinculadas a la hombría a través del personaje del guerrero. En la actualidad, existen muchas culturas donde el uso de las armas por parte de los hombres es “socialmente esperado y aceptado”, afirman Mireille Widmer y Gary Barker en el documento “Tiro al blanco. Los hombres y las armas”, expuesto en la Primera Conferencia de Revisión sobre la implementación del Programa de Acción de las Naciones Unidas para Prevenir, Combatir y Erradicar el Tráfico Ilícito de Armas Ligeras (2006), donde los activistas explican la importancia de considerar la perspectiva de género en el problema de la circulación ilegal de armas.
“Los hombres a menudo sienten la necesidad de demostrar públicamente que son ‘hombres reales’ y un arma es útil para logarlo”. El uso de estos artefactos se ve tan normal en países donde imperan la violencia o la guerra que “los hombres mayores les dan armas a los más jóvenes como parte del ritual de pasar de la niñez a la virilidad.”
Por ello, dicen los autores, reconocer el vínculo entre masculinidad, juventud y violencia no es satanizar a los hombres, sino aprovechar la oportunidad de identificar factores de resiliencia, es decir, aquellos que llevan a la mayoría de los hombres, aún en escenarios donde predomina la violencia armada, a resistirse a usarla. “Estos factores existen y necesitan ser fortalecidos.”
Ejercer la violencia es una decisión
Frente a los discursos que aseveran que la violencia es una característica natural de los varones, los especialistas responden. “Una manera de no cambiar es naturalizar la desigualdad”, dice Roberto Garda. “Una manera de decirle a alguien que no va a cambiar es decirle que está enfermo y que trae en los genes esa enfermedad, en este caso, la violencia. Y lo va a creer porque aunque la violencia sea incómoda, es más incómodo dejarla”.
Para el especialista con 16 años de trayectoria, el discurso que naturaliza en los hombres la fuerza, la sabiduría, la capacidad de opresión, el poder, va a estar siempre presente. “El asunto es cuestionar eso y no creerlo porque es una mentira”. Hacerlo depende de cada persona, pues cada cual tiene la capacidad de decidir comportarse de otra forma.
Mauro Vargas coincide en que no hay que quedarse con esta explicación esencialista, biologicista, pues todo esto es aprendido. “Si bien la agresión está en el ser humano como un factor latente, la violencia es un acto que yo puedo decidir ejercer o no. Puedo aceptar el enojo como una posibilidad, una emoción, pero puedo traducir esa emoción en una forma no violenta de expresión”.
Sin embargo, ambos reconocen que el problema no es sólo atribuible a los estereotipos de masculinidad, sino que tiene su origen en causas múltiples y complejas. Garda observa que por encima de las manifestaciones violentas más visibles está la violencia social “de falta de empleos para jóvenes, de desigualdad tan fuerte que hay en México: grupos con muchísimo dinero y gente muy empobrecida”. Por ello, sigue, hay contextos donde la gente no tiene opciones o piensa que no las tiene. “A mí lo que me preocupa es la violencia estructural silenciosa que no genera opciones.”
Se trata, dice por su parte Vargas, de problemas históricos y estructurales: pobreza no atendida, educación no brindada, información tergiversada y falta de acceso a la justicia.
*Publicado en el número 186 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 5 de enero de 201
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