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viernes, 2 de noviembre de 2012

CRÓNICA. ¡No son las barras bravas, son las metreras doradas!


CRÓNICA. ¡No son las barras bravas, son las metreras doradas!


  • Crónica de un recorrido inaugural a bordo del “jotivagón”
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  • Guillermo Montalvo Fuentes
    Fotos: José Amaro Bautista
    México DFnoviembre 01 de 2012.
    “Confiamos en lo que somos”, es la frase que se lee en el último espacio publicitario colocado sobre el andén dirección Tláhuac. Aunque el anuncio se refiere al Archivo Histórico de la Ciudad de México, que recientemente fue nombrado Memoria del Mundo por la UNESCO, José Luis, una de las casi 50 personas que acudieron a la inauguración del “jotivagón”, relacionó el enunciado con el orgullo gay: “Y sí, confiamos en lo que somos, por eso estamos aquí”.
     
    El pasado 30 de octubre, al mediodía, se realizó la apertura oficial de la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, la llamada Línea Dorada, que luego de cuatro años de construcción, por fin recorre ya un tramo que va de Mixcoac a Tláhuac.
     
    Sin embargo, la Línea 12 tuvo ese mismo día una segunda inauguración, particular, simbólica: la inauguración del último vagón del tren, el “jotivagón”, un espacio que ha sido y sigue siendo un refugio para la diversidad sexual al interior del metro.
     
    Eran las 9:30 de la noche cuando todo estaba listo. El contingente, la mayoría hombres, esperaba reunido en el andén de Mixcoac. La gente del otro lado de la vía miraba intrigada, curiosa. Algunos incluso detuvieron su marcha, expectantes al momento de que se cortara, no un listón rojo, sino una tira de condones amarrados. “¿Traen tijeras o la van a cortar con los dientes?”, alguien preguntó y desató las risas.
     
    Justo en el momento en que Alonso Hernández Victoria y Carlos López López, organizadores del acto inaugural, proferían un breve discurso sobre la importancia de “reapropiarnos del último vagón del tren como un espacio simbólico de la diversidad sexual”, un par de policías interrumpieron: “¿tienen permiso para su convivio?”, cuestionó uno de ellos. “¡No necesitamos permiso para viajar en el metro!”, respondió alguien. Primer intento.
     
    El tren anaranjado anunció su arribo a la estación con su característico sonido. Las puertas del último vagón quedaron justo frente al contingente. Dos chicos detenían la tira de condones, uno en cada extremo, mientras Carlos y Alonso se disponían a cortarla con unas tijeras.
     
    “¡Manas, espérense; faltan los emblemas!”, grito un hombre quien de una caja sacó un par de banderitas: arcoíris una; amarilla y negra, “representativa de los osos”, la otra. Rápidamente se tomaron algunas fotos; las tijeras atravesaron la tira de condones y con gritos y vitoreos el grupo abordó el tren.
     
    Entonces el recorrido comenzó. Las risas desbordaban del vagón. El mismo hombre que sacó las banderitas demostró una vez más que iba preparado: con una mochila acondicionada con bocinas y un reproductor de discos portátil en las manos fue el encargado de poner el ambiente. “A cada metrero le corresponde un vagonero”, dijo, y después la música se dejó escuchar.
     
    Durante los 40 minutos que duró el recorrido hasta Tláhuac sonaron varias canciones, pero las más celebradas fueron “Loca”, de Shakira, y una salsa con la que dos hombres se animaron y “abrieron la pista de baile”. Los pasajeros que iban en el tren, quienes no formaban parte del colectivo, miraban con una sonrisa en el rostro, divertidos. Hubo quienes mostraron indiferencia, pero nadie se manifestó con agresiones.
     
    Y es que en realidad el contingente iba en su fiesta, sin meterse con nadie, sin intimidar, sin provocar disturbios. Aún así un policía se acercó a quienes estaban bailando e intentó poner el orden. “¡Qué baile! ¡Qué baile! ¡Qué baile!”, comenzaron a gritarle hasta que se fue. Segundo intento.
     
    El tren salió del túnel y empezó a transitar en las alturas. Poco a poco el vagón se comenzó a llenar de gente. Pasaban las 10 de la noche cuando el tren llegó a la terminal, Tláhuac. El contingente bajó y recorrió todo el andén rumbo al otro extremo, para volver a Mixcoac, de nuevo en el último vagón.
     
    Ahora, de regreso, la seguridad se reforzó. Tres policías y un jefe de estación abordaron el último vagón para monitorear el recorrido. En este tercer intento no dijeron nada, no se acercaron. Pero su presencia ahí estaba.
     
    “¿Quién hace más daño? ¿Los de las barras bravas del América, de los Pumas, del Cruz Azul, o nosotras, un grupo de metreras, señoritas indefensas?”, preguntó un hombre y en el aire dejó la reflexión
     
    Sin embargo, el regreso fue más tranquilo. Los asistentes se despedían y bajaban del tren paulatinamente; el grupo se reducía con el paso de las estaciones. Cuando todavía quedaba un número considerable Alonso Hernández dio la pauta a sus compañeros para entonar una nueva versión de La Rielera, un himno, al parecer por todos conocido, pues la mayoría lo coreó:
     
    Yo soy metrera y tengo a mi Juan
    Él es mi vida y yo su querer
    Cuando me dicen que ya se va el tren
    Adiós mi metrera ya se va tu Juan
     
    Y el tren se fue. Hasta Mixcoac, con lo que concluyó el recorrido. “Hoy fue el acto político; mañana, que cada quien haga en el último vagón lo que quiera”, concluyó Hernández.
     
    La galería de fotos se puede ver en:
     
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